Un calvo no tiene pelos.
O tiene pocos.
Hablamos de la cabeza. En otros rincones, recibe otro nombre. Y no es alopecia.

Ser calvo tiene sus ventajas. Todo lo tiene, eso va con la actitud mayormente.
Por ejemplo, es muy raro que tenga, o pille, piojos. Resbalan.
Ahorra mogollón en champú. Y en tiempo en la ducha. Y en agua para lo mismo. Y en peines.
Quizá, esi si, invierte más en «cubrecocos».
Nota antes el frio.
Le llega antes la lluvia.
Casi no desperdicia (o usa, o invierte) tiempo en peinarse.
Nota mejor las caricias. Las de la cabeza, claro.
A la hoar de montar en moto, o en bici, o en MVP (vehiculo de movilidad personal, por si te he pillado medio desconectado todavia), el casco entra más suave.
Aunque esto ultimo no garantiza que no arrastre sus propias orejas si son de un tamaño… considerable.
Se te abren brechas al instantes si pasas por entre las ramas de los arboles con lo cual no repites sin cubrirte.
Hasta aqui algunas de las cosas buenas de ser una bola de billar. Con más o menos brillo.
Las que puedan ser menos tan positivas (entre comillas), te dejo que me las comentes tú. Lo que si puedo garantizarte es que ser calvo no impide que se puedan repartir cartas y entregar paquetes.
P.D. No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. Con el brillo de las cocorotas también es aplicable.
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